Quisiera poder escribirte
nuevamente, como solía hacerlo. Como un loco enfurecido por la nostalgia de
pensarte, de besar tus dulces piernas, de lamerlas con palabras húmedas y con
consistencia de lengua. Rasposas, suaves, gruesas o quizá un poco más suaves
que cualquier otra cosa. La suavidad con la que entregaba mi alma a tus pies.
Esa, es la única que conozco, pues mi vida se rige precisamente por la falta de
ella. Mi vida ha sido lo opuesto y por ello atesoro cualquier muestra de delicadeza,
como la tuya, cuando te mojas, cuando te humedeces los labios con mi boca. Cuando
tus susurros se convierten en gritos, fuertes y delicados, con los que me
acaricias mejor que con cualquiera de tus dos manos. Tus labios, fuente de
deseos, de devociones fuente de las palabras que como erudito guardo bajo el
brazo o en alguno de los miles de escritos fallidos. Olvidados sobre las teclas
engrasadas por mis manos, nerviosas de pensarte cerca. No de mí, sino de ellas. Quienes te guardan el
mismo respeto que yo le guardo a tus palabras. Palabras firmes, soberbias, que
me embriagan de mundo; de la vomitada realidad de una flaca bulímica que nunca supo
qué es amar. Me queman en el alma, que abandoné a tus pies, por no poder darle
eso. Permanece ahí mientras siga habiendo qué aprender de ti. De ese mundo que
denuncias, al que evidencias con gracia y fatuidad. Ese mundo en el que yo
vivo, el cual tú hace mucho dejaste atrás. Harta de revolcarte en la falta de eso,
que yo aún no sé cómo explicar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario