Caliente el beso que se escurre por las esquinas de mis labios.
Caliente como su aliento, que hoy llega desde la lejanía de mis recuerdos,
que hace echo entre mis pensamientos cada vez que la pienso.
Que está ahí... aunque ella no se aparezca.
Su aliento y ella, enemigos irreconciliables en mis deseos.
Le deseo tanto, que no me importaría tener sólo su aliento.
Me llena de rabia decirlo por que nunca he tenido más que su aliento. Y la rabia pronto se disipa cuando caigo en cuenta de lo grande que es poder decir siquiera eso.
Me ha compartido el aire con el que se mantiene viva.
Comparte aire con el mundo, pero yo, yo compartí su aliento.
Aquel que la mantiene viva.
En noches como esta, la humedad de la lluvia se pegaba a nuestra piel. Las pocas noches que logré sentir su aliento lograron cambiarme, disiparon aquello que a mí me mantenía,
Y luego ella.
Bella. Dormida entre un cielo sin estrellas. Que a falta de destellos, le entregaba lo harmonioso de la lluvia para arrullar su sueño.
Ella.
Tan misterio, tan perfecta.
Su aliento en mis oídos como melodía eterna. En mi piel, como calor que acompaña hasta en tormenta. Aliento que da vida.
Y en esa noche, que recuerdo como noche de novela, le desperté. Para saber, solo quería saber, si era ella fuente de eso que me llenaba. Cambiando las voces de mi mente con aliento nuevo, con besos que ya no querían ser beso. Rebeldes ante las circunstancias, rebeldes por arrojarse de mis labios y escapar antes de ser entregados. Uno a uno se me escapan. Uno a uno buscan voces o palabras. Para dar aliento a otras vidas. Para re zumbar unos segundos o una eternidad. Para ser aliento
Y luego ella.