Cuántas noches han pasado desde que tu boca abrazó mi cintura
En que tus dedos se enredaron entre mi cabello
Y caían tus piernas hacia el precipicio de mis caderas,
como voz que cae cuando se encuentra de frente a la palabra exacta
A la boca que se hace risa cuando tropieza con otra boca
y se disipa entre alardeos que saben a más que sólo boca.
Han pasado treinta vidas
desde que tus ojos no miran desde este lado, el vaivén del camino.
Los caminos se hacen arduos, se hacen largos
van por senderos que jamás el hombre había tocado
Quizá por suerte, o por mera soberbia de seguir yendo de frente
le habían tocado caminos que conducen al camino que llevamos recorrido.
Vemos lo fácil que es seguirse de largo
Correr con suerte es correr con la bendición de los dioses
Caminar por el camino con la luna que te toca
sin afán de pedir amparo a las estrellas
O desafiar al mando de los dioses creando estrellas nuevas
en harmonía estoica del caminante ante el vaivén del camino.
Llevamos tantas noches sobre el mismo camino
Que conduce a otra noche en la que sueño con tu boca
En tus manos deslizándose una y otra vez sobre estrellas,
que has colocado sobre el cielo que hace tanto, la luna había desamparado
Has desafiado al dios supremo quien había olvidado que debía llevarnos de la mano
y desde eso, han pasado ya suficientes años.
Cuántas noches han pasado entonces
Sin que sigamos el camino que han destinado, para el hombre, los dioses
Desde que tu boca ha tocado con su palabra a mi palabra
como el viento sobre el ala de una mariposa,
Es que caminamos senderos que no llevan más que a otros senderos
pues hemos aprendido del viaje, que el fin es el inicio.
Corre pues por ese fin interminable
Con la certeza que, de ser necesario, colocaría sobre el camino estrellas hechas por mis manos
Y descubriría todas tus voces entre aquellos senderos más solitarios
ataría mi estribo entre la valentía tuya y el olvido de los dioses
Dejaría caer, interminable, mi humedad por todo tu cuerpo
compitiendo por toda la eternidad con aquella diosa por ser tu única musa en todo sendero.
Abre pues la última noche
Que el camino que conduce hasta ahí se parece a aquella noche
Cuando tu boca abrazó por primera vez a mi cintura
En que tus dedos se enredaron entre mi cabello
Y caían tus piernas hacia el precipicio de mis caderas
Abre pues, cariño, el próximo sendero, que desde eso no han pasado suficientes años.
Para Ehecatel.
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