He recorrido tu
espalda con mis labios, muchas más veces de las que he recorrido tus
pensamientos.
Aquellos que
guardas con recelo.
Con los que
logras crear caminos entre tu vida y la mía.
Con los que
colocas océanos enteros entre tu alma y la mía,
Cuando los
archivas cuan pedazos de letra insignificante.
Me he aburrido de
escribirte esto.
Que llegará a tu
boca sólo cuando el tormento haya pasado.
Cuando mi alma no
esté en agonía,
Adivinando si por fin ha llegado el momento de salir de escena.
Adivinando si por fin ha llegado el momento de salir de escena.
O si sólo me
pides que me acomode a llorar a tu lado, mientras encuentras cómo sacarnos de
este pozo en el cual poco a poco nos vamos ahogando.
Yo, dedicaría mi
vida a cualquiera de ellas con el mismo fervor.
Pero la duda es
lo que hace que me sume ante la sospecha de que quizá hay una única opción.
Yo, he buscado en
tus ojos pedazos de historia que logren terminar de ahuyentarme.
Que ahuyenten de
mi toda esperanza.
Que amarguen
cualquier palabra dulce que he pronunciado en tu nombre.
No las he
descubierto.
O quizá algún día
se hagan presentes.
Cuando tus ojos
ya no sean espejos.
Cuando tus voces
ya no se acobarden.
Quizá logre creer
que tú y yo no somos pedazo de la misma carne.
Y que
efectivamente, la miel que emana tus palabras no proviene de tus entrañas.
Que ha sido
hábilmente fabricada.
Que mis
confesiones de caníbal sí han sido más de lo que esperabas.
Y que ahora, te
aterra saberte durmiendo conmigo cada noche en la misma cama.
Pues es sabido
que destazo las verdades hasta que quedan hechas una masa amorfa que se asemeja
al rojo vivo de la carne.
Y a ti no te han
dado ganas de perforar mi ombligo hasta llegar al hueso de mi espalda.
A lamer la sangre
que emana.
A cobijarme bajo
el pedazo de inmortalidad que da librarse de la pesada carne.
A escupir
verdades.
Que nunca han
sido lo que quisieron llegar a ser.
Imposibilitadas
ante una realidad tan asiduo-sa.
Estoy nuevamente
perpleja ante tu presencia
Que hoy prefiere guardar la apariencia de ser sólo un saco de entrañas e intestinos.
Que se desplaza
sólo si lo levanta el viento.
O que camina como
lo hacen las enormes esferas celestes.
Y me rehúso a ser
creyente de que te creas tal disparate.
Como sabrás, no
soy un hombre creyente.
Creo mis propias
certezas, que desbarato al menor indicio de alguna incongruencia.
Tú creas caos en
el orden de mi existencia
No soy un hombre
creyente, pero creo firmemente que tú y yo somos hechos de la misma carne.
Que por más que
te desangre, llegaré siempre al sabor de mi propia sangre.
Fierro.
Hierro.
¿Por qué la
sangre no puede saber sólo a sangre?
¿Por qué le hemos
tenido que encontrar semejanza a todo?
¿Por qué no puede
haber palabras que describan fehacientemente a lo que sabe el amor?
Porque el amor
tiene sabor.
Porque la voz se
siente como a la primera vez que oímos una voz.
El amor sabe a tu
voz.
Y tu voz...
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