Corre por tus venas, venus mía, la sangre calientita que un día se secará. Que tantas veces inundó la casa de olores a hierro, o fierro como te venga en gana decirlo.
Quien ha dicho que la muerte es atróz? Quien la ha condenado a ser la hora del silencio, del desvelo y putrefacción?
He hecho homenajes vivos a tu cuerpo moribundo, a tus huesos que un día serán anónima evidencia de tu mortalidad. A tus cabellos, que se pudrirán con menos prisa que tu carne, a tus cabellos que serán tú único hilo para tejer universos en tu eterno, oscuro hogar.
Que se condene a la desgracia de la muerte quien no vea en ella la grotesca belleza de veinte uñas grises , la belleza de unos pechos perfectos perdidos entre un mar de costillas que nunca se apreciaron con admiración.
Que se condene a la desgracia de la muerte quien se olvide que la muerte es tan o más perfecta que la vida. Que el cuerpo muerto cambia de color como un árbol con las estaciones, como la piel al sol.
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