una tarde asoleada.
Y para contarte lo que sus manos significaban,
la precisión
la dulzura hecha carne.
Y de esa carne hecha caricia feroz.
Hablar del eco perpetuo que resonaba en mis caderas tras su roce, suave.
Hablar del eco perpetuo que resonaba en mis caderas tras su roce, suave.
Para eso, para eso harían falta quizá, dos platos de pasta
y tu vacilante atención.
Habría que traer a la cuenta los primeros dias de excursión entre su mar de palabras
los caudales de historias.
Su mirada iría tomando protagonismo.
Con su porte recto
y su sonrisa asomándose,
eterna,
desde la comisura de su boca.
Habrían momentos en que desvaneciera
pero lo mágico, es que era eterna.
Habrían momentos en que desvaneciera
pero lo mágico, es que era eterna.
Y aún con un toque de amargura, se asomaba.
Esa era su magia.
Y entre los días en que me hice cómplice.
En los que aquella sonrisa era constante
me enteré que había un par de ojos que te asomaban aún más que ella,
al pie de la magia.
Caer ahí es lo que cuesta una vida.
Caer ahí es lo que cuesta una vida.
Son las milésimas entre la risa y el amor.
Y hacerse amor
decirse amor
Cuesta otro viaje,
el de regreso.
Al regreso habrás pasado por su boca.
Y de su boca a la tuya.
Con altavoces por cuerdas.
Habrías hecho de la carne, verbo
descubriendo el gusto por aquel toque amargo
que alcanzó a evaporarse a tu regreso.
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