Los suelos que nadie ve, los que están omnipresentes incluso en la más poblada, asfaltada ciudad.
Los suelos verdes, áridos. No hay más.
Tengo mucho en la cabeza. Mucha mierda que no debiese ocupar tanto espacio, menos tanta preocupación.
La vida sigue, no para para que te ajustes el pantalón o te abroches las agujetas.
La vida no frena, aún si colapsas de frente con ella. Te lanza o te atropella y ella sigue, tranquila. Y si tienes suerte te atropellará unas mil veces más. Con toda la fuerza de su motricidad, con toda la fe y la convicción que a ti te faltó. Que te sigue faltando.
Con más suerte aún, según tú, alguien te quitará del camino, te hará a un lado; como carroña sobre el asfalto. Y ahí, con toda la gracia que da la naturaleza, te pudrirás lento. Con uno que otro hueso expuesto, a las larvas y al tiempo.
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