Amargos son los momentos que pienso en ti.
En la esencia que dejan tus dedos sobre mi piel, en el sonido callado que viene de entre tus labios.
Amargo.
¿porqué?
Si has cambiado mi suerte, la has hecho caber entre versos que jamás hubieran tocado el papel.
Y ahí, tú.
Tan igual y tan cambiante.
Suerte he tenido de encontrar la desdicha de morir por tus labios, de sangrar por tu pecho.
Pero me dueles.
Me asfixia tu cuerpo.
Me devora entera el fuego de tu mirada que cuenta cuentos infinitos, antes de poder conciliar el sueño.
Eres la voz que no pude tocar.
Dulce verso que no pudo escapar de mi mente, no supo cómo saltar.
Amargo.
¿porqué?
Si yo mismo he hablado de la dulzura, de la dicha.
Verás, no hay palabra que sea equiparable al sabor de boca que queda después de enfrentarme ante la pérdida de voz.
Si.
Voz.
Pues tu voz se ha perdido con la mía.
La ha llevado hacia el precipicio del cual siempre mantuvo distancia.
Por miedo a perderse.
Yo, ahí.
Perdida.
En el mismo lugar.
Nunca otro.
Amargo.
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