miércoles, 23 de septiembre de 2015

Búsqueda.

Quisiera poder escribirte nuevamente, como solía hacerlo. Como un loco enfurecido por la nostalgia de pensarte, de besar tus dulces piernas, de lamerlas con palabras húmedas y con consistencia de lengua. Rasposas, suaves, gruesas o quizá un poco más suaves que cualquier otra cosa. La suavidad con la que entregaba mi alma a tus pies. Esa, es la única que conozco, pues mi vida se rige precisamente por la falta de ella. Mi vida ha sido lo opuesto y por ello atesoro cualquier muestra de delicadeza, como la tuya, cuando te mojas, cuando te humedeces los labios con mi boca. Cuando tus susurros se convierten en gritos, fuertes y delicados, con los que me acaricias mejor que con cualquiera de tus dos manos. Tus labios, fuente de deseos, de devociones fuente de las palabras que como erudito guardo bajo el brazo o en alguno de los miles de escritos fallidos. Olvidados sobre las teclas engrasadas por mis manos, nerviosas de pensarte cerca.  No de mí, sino de ellas. Quienes te guardan el mismo respeto que yo le guardo a tus palabras. Palabras firmes, soberbias, que me embriagan de mundo; de la vomitada realidad de una flaca bulímica que nunca supo qué es amar. Me queman en el alma, que abandoné a tus pies, por no poder darle eso. Permanece ahí mientras siga habiendo qué aprender de ti. De ese mundo que denuncias, al que evidencias con gracia y fatuidad. Ese mundo en el que yo vivo, el cual tú hace mucho dejaste atrás. Harta de revolcarte en la falta de eso, que yo aún no sé cómo explicar.

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