jueves, 12 de enero de 2017



Hay temor en mis palabras, 
se tambalean al subir por mi garganta. 
Suben sólo ante la presión de quedarse ahí, atoradas como tantas veces les ha pasado. 

He despertado, 
cansada.
Mis ojos apenas alcanzan a vislumbrar tus labios. 
Mi compás. 
El único totalmente fehaciente . 

Me has enseñado más de lo que he podido preguntar, le has dado respuesta a las preguntas que no se habían logrado formular como preguntas. 
Que rondaban infinitas, sin poder aterrizar.

Dijiste que uno debe tener un ancla. Algo que te mantenga en este plano. Que te aterrice aún después de un millón de viajes. 
Tu boca envuelta entre la espesura de tu barba, se ha hecho mi compás. 
Es lo que busco al terminar las pesadillas. 
Tus labios me regresan a este mundo, donde tu voz sale perfecta, 
bendecidas por tu boca. 
Mi nombre entre tus labios suena más bonito… 
¿sabe más bonito? 

Tus labios son mi ancla. 
Son lo que limpia mi mente, que barren con los pensamientos que a veces no logran largarse. 
Que se funden con la realidad y se hacen una mezcla casi inseparable. 

Todo, todo es probable. 
Nada es real, 
todo lo es. 

Y en medio de la aglomeración de aquello que sé que nunca se logrará mover de mi mente, que continuará su guardia hasta que se vuelva un poco menos que nada. Si es que logra hacerse, si es que logra hacerse algo más que sólo pensamiento o algo menos que ello. 

A veces aunque no lo creas, me pierdo. 
Divago por el mundo con los sentimientos en la punta de los dedos, con los sueños hechos vida, y la vida una maraña. 

Te has acostado conmigo, 
te revuelcas entre la maraña, 
la rasgas con las mismas ganas, de querer derribarla, 
de querer hacer de ella algo que se materialice como simple tierra debajo de tus uñas. 
No más, si tampoco puede ser menos. 

La vida es lo que hemos hecho de ella. 
Y yo quiero hacerla contigo. 
Quiero verla desde tus ojos, 
que la vivas desde los míos. 

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