miércoles, 23 de diciembre de 2015

La víspera de la víspera de la angustia.

Nauseas,
Ganas de salir corriendo.
Ver mi silueta alejarse.
Caminar lento, hacia ella.
No poder alcanzarla.
Ella corre más de lo que yo pudiese correr.
Mi corazón se hunde cada segundo que me quedo aquí sentada. Cada segundo que no logro sacudir esta sensación de mi cuerpo, que se saciaría corriendo.
Sin mirar atrás.
Sin cargar una maleta.
Sin cargar con mi nombre.
A la mierda todo, todos estos sentimientos encontrados,
Todas las mentiras nauseabundas que mantienen la estructura de esta realidad.
A la mierda las canciones que no dicen nada.
A la mierda todo lo que no exprese la esencia del ser.
Te he encontrado, a ti. Me lees en estos momentos y sabes qué expresión tengo sobre el rostro.
Una expresión de rabia atorada en la garganta que provoca llanto, que me hincha los ojos, que me frunce el ceño y me aprieta los labios.
Aprieto los dientes, quizá por eso me duelen.
Quizá sean las muelas del juicio.
Quizá sea el peso de toda esa mierda que no logro sacudir de mis hombros.
Me sigues leyendo.
¿Por qué?
Te he encontrado a ti.
Cómo y cuándo no importa.
Te he encontrado.
Y cada pedazo de tu esencia se me ha impregnado. Tus guiños, tu sonrisa tonta, tu tonito de voz. Indudablemente tu poesía;
La que haces al andar, la que haces forjando porros, la que vas dejando en las mentes al hablar. Luces bello. Al lucir así, das ese sentimiento, esa sensación horrible de querer salir corriendo.
Desierto en el oasis, jamás al revés.
Bello e incomprensiblemente, perfectamente, ahí.
¿Para qué querría yo un desierto?
Qué perfecta belleza aquella.
La perfección de la singularidad.
La perfección de la pluralidad.
De no querer saber cuál.
Bello.
Tú.
Flor de desierto.
El frío de la noche.
El calor del día.
El flujo suave del viento.
El crujir de mis dientes.
La arena entre mis pechos.
De tu arena.
Desierto.
Sensaciones suaves.
Sin ganas de ir a ningún lado.
Ganas de extraviar el tiempo y correr entre tus valles.
Quitarle la máscara a tus noches,
Mezclarlas con las tardes.
Perder los extremos.
Dejar de saber cuál es cuál.
Difuminar esa sensación con el placer de no querer saber.
Deshacer los nudos que atormentan la paz de mi garganta.
Nauseas.
Vienen trepando por mi espalda. Saben como regresar,
Sacudirlas no basta, escribirlas no basta.
Escribirte no basta.
Duda.
Deseo.
Hombre.
Te escribo a ciegas, con los dedos sobre teclas, ojos sobre letras que van apareciendo cientos de segundos atrás de lo que voy sintiendo.
Te escribo y te escribo pasado.
Te escribo pensamientos y los sentimientos se disipan. Se deshacen entre letras que solo se teclean.
Y tu me sigues leyendo. Y yo te sigo escribiendo.
Y te escribo con rabia, con ganas,
Con ganas de darte todo lo que siento.
De entregartelo como regalo. Envolverlo en papel brillante.
Sin recibo.
No lo podrás regresar si no te queda como quisieses.
Me has leído. No hay marcha atrás.
Te he entregado pedazos de alma que no se pueden regresar intactos.
Saber que estás ahí, leyendo.
No hay marcha atrás.
Se que no hay tal singularidad,
No hay tal pluralidad.
Me mata,
Me llena de nauseas.
Me llena de ganas.
¡Cuántas ganas!
Te escribo
¡Como no voy a escribirte!
Mi sentir se desborda, cae por tu cintura, cae por tu sonrisa, tonta.
Cae por cada curva que no te he besado.
Cae por cada palabra tuya que me ha tocado.
Corro hacia ahí.
Hacia donde no quiero llegar, sólo imaginar.
Que basta con sentir entre mis pechos.
Como arena, como pedazos de tú.
Desierto.
Ahí no cargo con nada.
Ahí, te entrego todo.
Aquí. Como regalo.
Lector amado.
¡Desierto!
¡Ganas!

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