domingo, 10 de julio de 2016

Quedito.

La felicidad en la cara de un niño con un hermoso papalote humilla totalmente la mueca que quiere ser sonrisa sobre la cara mía.
La vida no se piensa.
La vida es sólo vida.
¿Cómo cuestionar su propósito?
¿Qué contestaría ese niño si le preguntase si es feliz?
¿Qué tipo de idiota le pregunta a un niño si es feliz?
¡Claro que lo es!
Y nunca se lo ha tenido que cuestionar.
Precisamente así se sabe que es feliz.
Y yo, sin tiempo para correr a la papelería y armarme un papalote.
¡Qué ganas!
Pero qué pereza.
Y así se cuenta la vida de esta opaca generación.
Sumida en la pereza, la falta de tiempo, en ganas que no se convierten en acción
Hoy no he dormido. Me ha faltado tiempo.
He parpadeaedo y ya es domingo,
otra vez domingo,
Hay niños por todas partes, felices.
Con ganas contagiosas,
Con risas y chillidos de felicidad que ponen la piel chinita.
Y sus voces, dulces; brillantes.
¿Hace cuánto he dejado de ser niño?
¿Cuándo he dejado de gritar de alegría?
¿Cuándo empecé a tomar en serio la vida?
Hoy la vida me cayó encima.
Me tambaleo sobre todo y desde lo alto grita un niño;
¨¡Soy Dios!¨
No sé si por euforia o si es un juego que yo no he aprendido.
Pero lo grita,
Con toda la fuerza de sus pulmones.
Fuerza que mis pulmones atrofiados jamás tendrían.
Fuerza que mi voz,
que mi afirmación jamás tendría.
Yo no he gritado que soy Dios, aunque he querido.
Desde lo alto.
¡Qué ganas!
Y sólo ganas.

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