lunes, 7 de noviembre de 2016

Cuatro, quizá tres.

Cuéntame las lineas de las palmas de las manos.
Dibujame nadando entre ellas, guiada por la corriente de tu voz.
Cayendo por los caudales que se forman cuando me grita que el camino se termina,
que no hay más.
No termina en una cascada, tampoco termina en salida al mar.
El río termina abruptamente, rodeado de dudas y arrepentimientos.
Formula perfecta para la indecisión.
Sigo nadando, empujando contra las paredes de las dudas,
Lloro sin saber qué procede, estoy atrapada entre dos grandes interrogantes.
En medio de llanto estalla una carcajada que insiste en quedarse.
Hay suficiente humedad rodeando mi cuerpo,
No necesito más escurriendo de mis diminutos ojos.
Mis mejillas enrojecidas me dan aspecto de niña.
Sé que debería cerrar los ojos y regresar a casa.
Lo intento, choco los tobillos y pido con todas mis ganas estar en casa.
Así, como lo hizo Dorothy.
Y como a ella, no me funcionó.
Seguía ahí, flotando.
Ya nisquiera nadaba,
¿Me dibujaste?
¿Seguiste mi andar por las lineas que no te has atrevido a dibujar?
Seguí. Insistí en derrumbar las dudas con estas palabras como arma única.
Iba semidesnuda, no tenía a la mano más que mis palabras que escupían casi literales mis sentimientos.
Se ahogaban, me ahogaba.
No quería ya estar en casa.
Quería disfrutar de la belleza que me rodeaba.
Que terminara en cascada o salida al mar, pero no en paredes.
Nunca en paredes.

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