martes, 1 de noviembre de 2016

La chica bonita.

Imagen: Jenny Keith, 2011
The pretty girl.



Han comenzado a picarme las manos.
Ha comenzado a darme un escozor por todo el cuerpo, tan fuerte que he tenido que desnudarme.
He tenido que vaciar mis fuerzas en el inútil placer de rascarme el cuerpo, hasta rasgarme la piel, como ha sucedido antes; hasta que la sangre escurrió de apoco, gota a gota... como ha hecho antes.
La diferencia, es que esta vez la sangre no cesa. El escozor no cesa.
El placer mantiene a mis uñas enterradas entre mi piel, con suaves movimientos de arriba a abajo, de lado a lado, hasta convertirse en movimientos caóticos que no saben hacia dónde moverse más. Que fracasan en hacer que el picor cese. Y si cesa es porque se ha convertido en ardor, en dolor.
Y ya no sé cuál agobia más, cuál agobia menos; cuál es cual.
Pequeño cuerpo que se desdobla a la tonada que le toca la mente. Rebelde cuando sólo sus pies, desangrados, son los que logran hacer contacto terrestre.

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