viernes, 12 de mayo de 2017

Jessica uno.

De pequeña, creía que las olas del mar llegaban a nosotros con secretos de costas lejanas.
Que sus rugidos nos los entregaban encriptados y no cualquiera lograba descifrarlos.
Descifrarlos, consistía en repetir los rugidos, encontrar una secuencia o un patrón entre ellos que lograras vocalizar. Y una vez vocalizado, se desplegaban ante ti aquellos secretos de forma clara y precisa.
Creía que guardaban los secretos para revivir muertos, (dinosaurios muertos principalmente).
Que traerían consigo la apocalipsis de cual todos hablaban, desde sus trincheras bíblicas o evolucionistas. Porque el mundo era antes de nuestra presencia en él.
De pequeña, sabía lo insignificante que era nuestra presencia como especie sobre esta tierra. No era algo que escondiera de mi misma. Era algo que aceptaba y el fin de nuestra existencia sobre esta tierra era algo que era imprescindible en mi concepción de la realidad. Mi realidad se encontraba entremezclada entre cuentos Egipcios, entre las secuelas Jurásicas, entre el cientificismo al cual según yo, me mantenía fiel. Porque siempre se debe buscar en qué creer cuando tus creencias fueron pegadas con cinta adhesiva, cual collage.
Hoy, que mi realidad es tan blanda... Que se diluyen las palabras con la misma facilidad con la cual logran ser enunciadas, me siento como la misma niña que creía en poder hacer que los dinosaurios resucitaran. La misma que rezaba a los aliens para que me demostraran su presencia con un viaje intergaláctico. Soy la misma que admiraba con profundidad a su abuelo, quien siempre ha sido un hombre recto. Que ríe con ligereza y hace lo que le da la gana. Hoy, que veo cómo pesan los años, admiro con fuerza cómo ha hecho frente a la vida. Hoy que camina más lento y desconoce mi cara, que se ha hecho más reflexivo pero sigue riendo a carcajadas.
Pesar en resucitar dinosaurios y reír con mi abuelo crean en mi un cosquilleo, un sentimiento de triunfo ante la vida. De saber que la vida es finita, de sabernos aquí, sonriendo ante la imagen de mi abuelo riendo, ante la idea de una palabra exacta que resucite muertos.

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