domingo, 18 de diciembre de 2016

Quizá un semidios me ha quemado.

Invertí mis risas en la noche final.
Reía a carcajadas con las posibilidades que habían logrado encontrar su camino de regreso.
Las que se habían largado hoy regresaban con la frente en alto.
Regresaban con disfrute, con brazos abiertos.
Me abrazaban y ofrecían todo lo que hace meses había parecido esfumarse. 
Ofrecían detalles, deleíte.
¿Y qué si amo demasiado?
He caído en cuenta de que no es desventaja.
Amo demasiado, amo con fuerza.
Nadie podría reprocharme amor a medias.
Antes lo reprocharía a mi misma.

He visto el amanecer cobijada por sus brazos.
Y me gusta más enredada entre los brazos del amor.
Y el amor no tiene que ser presencial.
El amor se expira, se irradia.
Se siente en la punta de los dedos y no te da la oportunidad de dudar.
Antes de ello, se esfumaría con el debido ruido, con la debida guerra.
El amor no sale de escena de puntitas.
Como tampoco entra de esa manera.

Lo dejé tomarme de la mano,
Como faro al hombre navegante.
El vaivén arrullaba los deseos, amenizaba la falta de fe.
Que quizá todos en algún momento tenemos.
Pero fui fiel, confié.
Cerre los ojos por un instante y el mar había logrado rebasarme.

Hoy puedo decir que no sé si alguna vez fue el faro, 
Si siempre fue la tormenta.
Si yo he amado con ganas y el se ha caído por la comisura de mi boca hasta el momento en el que pronuncie en voz la últimas palabras.
¿Sabías que eran las últimas palabras?
¿Alguna vez lograste unir las constelaciones de los lunares en mi espalda?
Yo que me desdoblé como un origami.
Platicas largas,
poemas más largos
y deseos callados.
Hablas en idiomas muertos,

Guardé los gestos más expresivos para ese momento.
Sabía que estaba por llegar, que rondaba las esquinas esperando el momento.
Que hacía preguntas por el mundo como buscando dejar la duda abierta.
Lamiendose las llagas con esperanza de sanarlas.
Pero yo ya no puedo sanarlas por mi misma.
La esperanza, dicen, es lo último que muere.

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